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Báez: “Dios es el aceite que desde dentro ilumina nuestra vida”

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy hemos escuchado en el evangelio la conocida parábola de diez jóvenes quienes, según la costumbre de la época, debían esperar al esposo en la noche para acompañarlo con lámparas en las manos y llenas de alegría a la fiesta de su boda. (Mt 25,1,1-13). La parábola se nos dice que cinco de estas chicas eran insensatas, despreocupadas e irresponsables: tomaron sus lámparas, pero no se les ocurrió llevar aceite para encenderlas. Creían que bastaba llevar la lámpara en la mano. Las otras cinco chicas, en cambio, eran prevenidas, atentas y cuidadosas y llevaban las lámparas, pero también suficiente aceite en pequeños frascos para mantenerlas encendidas, iluminar el camino, acompañar al esposo y entrar con él en la fiesta.

Mientras esperaban al esposo, a todas las jóvenes les entró sueño y se durmieron, tanto las descuidadas como las cuidadosas. De repente, en medio de la noche se escuchó una voz, un grito que las despertó a todas: “¡Ya está aquí el esposo! ¡Salgan a encontrarlo!” (Mt 25,6). El esposo había tardado en llegar y había pasado mucho tiempo. Como las muchachas de la parábola también nosotros corremos el riesgo de cansarnos y dormirnos. Cuando lo que esperamos tarda en llegar, cuando no ocurre lo que deseamos, cuando la noche se alarga, nos cansamos y podemos perder la ilusión. Cuando no llega aquello por lo que hemos luchado tanto, se desvanece el entusiasmo y dejamos de esperar.

El verdadero problema de la parábola aparece cuando las jóvenes se despiertan en el momento en que llega el esposo. Las jóvenes prevenidas que llevaban aceite encendieron sus lámparas. Las jóvenes descuidadas se dan cuenta que no tienen aceite, intentan pedir prestado un poco a las otras, pero es inútil. Intentaron ir a comprarlo, pero cuando volvieron la puerta de la fiesta se había cerrado. Ya era muy tarde. En la parábola el problema no es estar despierto o dormido, sino estar preparados. A todas las muchachas les entró sueño y se durmieron. El problema es tener o no tener aceite para conservar las lámparas encendidas. Aunque pase el tiempo, aunque la noche se vuelva oscura y parezca que ya no hay nada que hacer, hay que estar preparados con nuestras lámparas llenas de aceite.

El evangelio no explica qué significa el aceite. Solo sabemos que el aceite era necesario para que las lámparas pudieran estar encendidas. No bastaba llevar la lámpara en la mano, tenía que estar llena de aceite por dentro. La parábola nos invita a mantener con aceite la lámpara de nuestra vida, aun cuando la noche se hace larga, aun en los momentos inciertos, oscuros o dolorosos. En nuestro camino de creyentes, alguna vez nos podemos dormir y bajar los brazos, sentirnos cansados o volvernos descuidados. Lo que no podemos hacer es dejar que se acabe el aceite que desde dentro ilumina nuestra vida. El aceite es discreto, nadie lo ve, va dentro de la lámpara, pero sin él no hay luz.

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La alternativa es tener una vida apagada o tener una vida encendida. La vida es como la larga noche de la parábola en la que el esposo tardaba. Y hay momentos en la vida en que esa noche se hace más densa. Debemos estar preparados y cuidar el aceite. Debemos vivir abiertos al amor de Señor, cuidar nuestro corazón, prestar atención a nuestra vida interior, hacer silencio, no dejar la oración, y no dejar que se apague la esperanza. Hay que llenar los pequeños vasitos de nuestra vida con el aceite de la lucidez, la alegría y la perseverancia. Hay que alimentar la lámpara de nuestra vida cultivando la bondad del corazón y viviendo en la verdad. No dejemos que se apague la llama de la vida.

Esto vale en la vida personal, pero también en las luchas sociales. Los sueños por construir una sociedad justa y libre pueden ir apagándose, pues el tiempo todo lo desgasta. Llega la noche de la decepción cuando todo parece oscuro e inútil, la noche de nuestros errores y de la impotencia ante el poder opresor, la noche de la ignorancia de ya no saber qué más hacer, la noche del desencanto y la desconfianza ante los líderes y hasta la noche de las confrontaciones inútiles entre los que comparten el mismo ideal de una nueva sociedad.

Sin embargo, el problema no es cansarse, dudar o querer volver atrás en medio de la noche. Como en la parábola de hoy, la pregunta es si, mientras padecemos estas noches, estamos cuidando el aceite de la lámpara de la vida, de la mente y del corazón para luchar y preparar para el futuro. Hay que preservar en nuestro interior el aceite que necesitamos para construir un futuro diferente y que va por dentro: el aceite del optimismo y la valentía, el aceite del verdadero amor por la gente, el aceite de la transparencia y de la humildad política, el aceite de la colaboración por lograr un objetivo común, el aceite de la lucidez y la organización. La pregunta es: ¿estamos preparados? ¿estamos cuidando el aceite o estamos preocupados solo por la lámpara?

Quizás el aceite que no debe faltar nunca en las lámpara de nuestra vida personal y social es la esperanza que nos viene del amor de Dios. Las chicas descuidadas no supieron mantener viva su esperanza. No seamos personas apagadas, soñemos en grande, no nos quedemos caídos ni dormidos, no desesperemos nunca, no dejemos de buscar, creer y confiar.

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Lo que a nosotros nos toca es cuidar el pequeño vasito con aceite. No tener aceite en la lámpara no es un pecado, es un descuido, una insensatez. El evangelio no dice en qué consiste ese aceite misterioso. En la parábola, el aceite de las lámparas es ciertamente sobre todo imagen de la fe, de la presencia de Dios en nosotros. Dios es el aceite que desde dentro ilumina nuestra vida llenándola de su amor y su consuelo. Dios es el aceite que no se cansa de perdonarnos y llamarnos para que participemos en el banquete final de la vida.

Las jóvenes que no pusieron aceite en sus lámparas y no pudieron salir al encuentro del esposo en la noche, descuidaron lo más importante para el ser humano: prepararse para el encuentro con Dios al final de la vida. Su existencia se apagó. Jesús nos invita a que no olvidemos que la vida termina y que al final él nos invita a la fiesta de las bodas eternas. No esperemos hasta el último momento para corresponder a la gracia del Señor. No dejemos para el final el compromiso de acoger a Jesús en nuestra vida de manera responsable y lúcida antes de que sea tarde y esforzarnos en vivir nuestra vida iluminados por el Evangelio.

Tener aceite en la lámpara es creer que lo mejor está siempre por llegar y que en lo más oscuro de cada noche nos espera un rostro sonriente y un abrazo amoroso. No perdamos el anhelo por la vida eterna. En medio de la oscuridad de la medianoche siempre se escucha la voz que nos despierta: “¡Ya está aquí el novio! ¡Salgan a encontrarlo!” (Mt 25,6). Esa voz despierta siempre nuestras vidas somnolientas cada día y un día resonará al final de la vida para introducirnos en la fiesta de bodas que no terminará jamás.

Silvio José Báez, o.c.d.

Obispo Auxiliar de Managua