El exilio es difícil. Lo es mucho más para las personas indígenas nicaragüenses porque el país de acogida es diferente en casi todo. Extrañan la caza, la pesca y la siembra de yuca, bananos, maíz, arroz, frijoles y otros productos. Hablar miskito en un país donde, prácticamente, tienen que comunicarse en español, es uno de los mayores obstáculos porque limita las oportunidades de educación, salud y empleo.
Yásnaya Aguilar, defensora de la lengua y la cultura indígena, nacida en Ayutla Mixe, Oaxaca, México, menciona que la importancia de preservar las lenguas indígenas va más allá defender su existencia, también implica el derecho a crear en cualquier contexto. En una entrevista brindada a Cadena Ser, Aguilar asegura que las lenguas son una muestra viva de las emociones humanas, de las condiciones sociales e identidades políticas de sus hablantes. “No hay mejor manera de ponerse en los zapatos de los otros que aprender su lengua… Es más fácil abrir la mente una vez que se han abierto los oídos. Entender las discriminaciones, alegrías y vivencias de la gente se logra tendiendo puentes lingüísticos”.
La comunidad miskita en el exilio se reúne algunos domingos no solo para hablar en su lengua materna, también para degustar y compartir un luck luck (sopa de res), un rondón o un wabúl y va a misa a la iglesia morava. Estas actividades, usualmente son lideradas por mujeres como una forma de preservar la identidad cultural y mantener vivas las costumbres y tradiciones.
En la cosmovisión indígena, las mujeres son las protectoras y formadoras de la identidad cultural. No importan las adversidades, ellas se ponen al frente para trasmitir los valores, costumbres y tradiciones a sus hijos e hijas. Sin embargo, esta actividad, las mantiene relegadas a la casa y a las labores de cuidado.
La etnia miskitu es la población originaria más numerosa de Nicaragua. Según el último censo de población, realizado en 2005, más de 120 mil miskitu viven en la Región Autónoma de la Costa Caribe Norte (RACCN), sobre la ribera del Río Coco o Wanki, en los municipios de Waspam, Puerto Cabezas, Prinzapolka, Rosita y Bonanza. En la Región Autónoma de la Costa Caribe Sur (RACCS), habitan en la Desembocadura del Río Grande y Laguna de Perlas. También hay comunidades Miskitu en el departamento de Jinotega, específicamente en la Reserva de Biósfera de Bosawás.
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Desde antes de la colonización han vivido en pequeñas comunidades, obteniendo su sustento de la pesca, la caza y la siembra de tubérculos como la yuca y la malanga, musáceas como el banano y el guineo y algunos granos como el arroz, maíz y frijoles. Pero, estas actividades han sido amenazadas en la última década. En las comunidades miskitas hay mucho temor de ir al río a pescar, de ir al monte a cazar cusucos y chanchos de montes, de ir a las parcelas a cultivar el arroz. Tienen miedo de ser atacados por los colonos que invade sus tierras.
La invasión de personas no indígenas y la imposición de proyectos extractivistas como la minería han forzado a centeneras de familias indígenas a desplazarse dentro y fuera de Nicaragua, principalmente a Honduras y Costa Rica.
Varias comunidades del Caribe Norte cuentan con medidas de protección de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), pero el régimen de Daniel Ortega se ha negado a implementar las medidas. La Corte ha declarado al Estado de Nicaragua en desacato permanente.
Costa Rica no representaba un destino migratorio del pueblo misquito, pero desde el 2018, diversos grupos de familias se han exiliado en busca de protección humanitaria. Esta migración forzada amenaza la identidad cultural del pueblo miskito. Migración de Costa Rica no detalla en sus registros la cantidad de población indígena nicaragüense solicitante de refugio. Este trabajo destaca la historia de cuatro miskitas exiliadas en Costa Rica. Desde su condición de mujeres migrantes, indígenas y exiliadas, transmiten orgullosamente a las nuevas generaciones el idioma, los valores, costumbres y tradiciones de la cultura miskita.
Lina Vanegas: Aquí o donde sea que vaya, soy y seré siempre miskita
“Si hay algún grupo social en la región latinoamericana cuya identidad descansa esencialmente en un profundo sentido de pertenencia, este grupo tendría que ser la comunidad indígena”, destaca el sociólogo y antropólogo mexicano, Rodolfo Stavenhagen. Agrega que, la identidad indígena no se reduce a la auto adscripción individual, sino que constituyen pequeños universos sociales con su propia organización, costumbres, tradiciones, redes sociales y prácticas culturales.
“Aquí o donde sea que vaya, soy y seré siempre miskita”, dice con orgullo, Lina Vanegas, una joven que se exilió en Costa Rica desde hace dos años.
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Susana Marley: La voz de la resistencia miskita
Susana Marley es conocida como Mamá Tara o Mamá Grande. Es partera, profesora y defensora del medio ambiente. Tiene 66 años y sobrevivió a la “Navidad Roja”, una operación bélica que realizó el Ejército Sandinista para el desplazamiento forzado de unos 8500 miskitos de 42 comunidades a orillas del río Coco hacia cinco campamentos cercanos a Bilwi. El objetivo era evitar que los miskitos brindaran apoyo logístico a la “Contra”. La operación realizada en diciembre de 1981, fue bautizado por los sandinistas como Tasba Pri, (Tierra Libre) la cual ha sido sujeto de cuestionamiento por los denominados Campos de concentración.
Desde joven, Susana ha sufrido los vejámenes del régimen de Daniel Ortega contra su pueblo. Es originaria de la comarca Cabo Gracias a Dios, Waspam, Caribe Norte. Para proteger su vida se exilió en Costa Rica en el 2021 junto a ocho integrantes de su familia. Ella es la voz de la resistencia indígena en el exilio y lucha para que las nuevas generaciones aprendan el miskito y así evitar que esta lengua se pierda.
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Krislen Rivas: Ser indígena migrante no cambia tu cultura
“Yo soy miskita y eso no va a cambiar porque es mi forma de vivir”, dice Krislen Ríos, una joven de 28 años migrante en Costa Rica.
Krislen interrumpió su carrera de ingeniería forestal y se vio obligada a abandonar su comunidad por las amenazas del régimen de Daniel Ortega en contra de su familia. El hijo de Krislen nació en Costa Rica, y aunque por derecho es tico, ella lo educará para que se sienta orgulloso de sus raíces y aprenda el idioma miskito.
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Marisela Davis: Mis hijos también y tienen que hablar nuestro idioma
Maricela es de Krukira, una pintoresca comunidad de pescadores asentadas en el borde de la extensa laguna que lleva el mismo nombre, ubicada a 30 kilómetros al norte de Puerto Cabezas, Caribe Norte.
De su comunidad, Maricela extraña todo. En el exilio no hay un día que sea fácil, pero retornar a Nicaragua no es una opción. En Krukira la comida que necesitaba la cosechaba en la parcela, mientras que en el exilio sino hay dinero no hay comida. Maricela es madre soltera, tiene tres hijos y le ha sido difícil encontrar un empleo porque debe priorizar el cuidado de sus hijos.
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Un programa especial en lengua miskita, un desafío para el sistema educativo costarricense
La niñez misquita que vive en Costa Rica y accede a la escuela se enfrentan a las barreras del idioma. El mayor desafío para el estudiantado miskito es acceder a un sistema de enseñanza monolingüe. Lograrlo no es imposible. Una opción es aprovechar las capacidades que ya hay en la comunidad miskita exiliada.
Desde hace siete años, la profesora Lizeth Pictán Chacón, originaria de una comunidad indígena de Prinzapolka en el Caribe Norte de Nicaragua, imparte clases en miskito, una decisión que tomó al observar este vacío en Costa Rica. “Tengo 12 años de vivir en Costa Rica y siete años trabajando para el Ministerio de Educación (MEP) para atender la asistencia de niños miskitos que no hablaban español”, comenta.
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