En la era actual, estamos cada vez más conscientes de que las habilidades de poder pueden ser cultivadas, perfeccionadas y representan un recurso vital en un mundo en constante crisis. Las cualidades de la personalidad que antes considerábamos “suaves” ahora son esenciales y nos distinguen cuando mostramos capacidad de decisión, firmeza, empatía, escucha activa, habilidades sociales y liderazgo.
En los últimos años, ha habido un creciente interés en definir qué es ser un líder, si es innato o adquirido, si podríamos aprender a serlo y cómo desarrollar esta habilidad para incorporarla en nuestro repertorio y aplicarla en el quehacer cotidiano. El liderazgo ha tomado protagonismo como habilidad consolidada para el éxito dentro del ámbito político, social y empresarial. Es parte de la vanguardia de la gestión y los planes de vida. Llegamos a evaluar bajo esta capacidad el desempeño de un gobernante y la confianza que nos da para dirigir el rumbo de una nación.
Y si lo podemos adquirir y medir, entonces es una herramienta, y depende de nosotros utilizarla como instrumento para construir estabilidad, tranquilidad y amparo a quienes más lo necesitan, dentro de los márgenes de equidad, solidaridad, justicia y paz. El liderazgo no es un privilegio, sino una responsabilidad que debe ejercerse bajo un marco ético y moral de referencia, como nos dice Beatriz Navarro Sáenz, analista de asuntos internacionales de Madrid. Ella también expresa que el liderazgo competitivo ha sustituido al liderazgo cooperativo o colaborativo instaurado desde la segunda mitad del siglo XX. En los últimos años, hemos visto a nuestros líderes centrarse en la carrera por la hegemonía mundial, la acumulación de capital y la innovación disruptiva, cuando en realidad, ser líder es poder movilizar la fuerza que nos integra para transformar nuestro mundo en uno mejor.
Necesitamos líderes y culturas más valientes, pero también necesitamos cambiar nuestra mentalidad arrasadora de competencia salvaje, de aniquilación y de justificar las acciones en función de los resultados. También debemos transformar nuestros conceptos de éxito, desarrollo, humanidad y unidad. Desde una perspectiva de herramienta de paz, ¿qué necesitamos para ser líderes más valientes y culturas más valientes? Si en algo convergen todos los autores que he estudiado es en la empatía, ver el mundo como lo ven otros, tomar una perspectiva, no juzgar, entender los sentimientos de las demás personas y comunicar nuestra comprensión, ser conscientes y no sobre-identificarnos con nuestros pensamientos y sentimientos. La empatía es la base del liderazgo, ya que cuando aprendemos a ver el mundo desde la perspectiva de otros, a reconocer el dolor sin ser indiferentes, no ser neutrales ante situaciones de injusticia, podemos desarrollar un modelo reconstructivo del liderazgo positivo en conjunción con el resto de las cualidades que conforman la inteligencia emocional y la inteligencia social para la transformación de los conflictos. Somos valientes cuando somos empáticos y somos líderes cuando tenemos empatía.
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¿Y cómo desarrollar un liderazgo positivo? Daniel Goleman, en su artículo “¿Qué hace a un líder?”, publicado en la Harvard Business Review, identifica cinco cualidades clave de la inteligencia emocional: autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales. Además, la inteligencia social abarca siete cualidades: comunicación, sintonización, conciencia social, influencia, desarrollo de otras personas, inspiración y trabajo en equipo. Estas cualidades nos ayudan a construir relaciones sólidas y ejercer un liderazgo efectivo en un entorno político, complejo y dinámico.
De forma que, para contribuir a la democratización de un país y a un mundo libre de violencia y autoritarismo, debemos lograr construir un liderazgo positivo, colectivo-social, cooperativo y ético, desde una consciencia crítica y desde una forma de hacer política más humanizada, con principios de no violencia, igualdad y paz, viviendo desde nuestros valores, edificándolos y dejando atrás las concepciones de aquella firmeza violenta de líderes autoritarios, de imposiciones de poder, por muy sutiles que parezcan, de sarcasmo, egoísmo y comparaciones, aprendiendo a vivir en libertad, en verdadera paz, con uno mismo y con los demás.
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El liderazgo sin un marco ético-moral no es liderazgo. Hay que tener valores y hay que construirse internamente para poder aportar al mundo, ya que solo se puede dar lo que se tiene. Con coraje, para defender lo que es correcto, para discernir entre lo correcto y lo incorrecto, para poder respetar nuestra voz entre tantos discursos que distraen, que consumen y que incitan a la corrupción, la avaricia, el odio y la violencia. Liderando para transformar situaciones conflictivas en situaciones de intercambio que busquen alternativas creativas para las partes, donde el proceso es más importante que la resolución, donde las personas son más importantes que el conflicto, y donde las necesidades son más importantes que los beneficios. Retomemos la importancia del diálogo y la comunicación. Los ciudadanos demandamos líderes capaces de integrar la inteligencia emocional y social con el conocimiento técnico necesario para dirigir a los pueblos, con capacidad para tomar decisiones de manera temprana y consensuada, abiertos al diálogo con la sociedad civil, dispuestos a la colaboración y la participación de todos los sectores de la sociedad, un liderazgo más democrático, más transparente, más positivo.